lunes, 5 de abril de 2010

Azul


Azul

Ella no se perdía, se desencontraba. Se desilusionaba, se desenfocaba, se desinventaba y se desnudaba, pero no se perdía.
Era maestra en el arte de la desaparición. Decía “adiós” y se quedaba quieta en su salita, inmóvil como un naufragio. Entonces ya nadie la encontraba, nadie sabía si se había ido o había dejado de estar.
Por la noche, con la luna entraba el viento que mecía sus trenzas azules. Le susurraba océanos al oído y le decía que se fuera con él. Ella le hacía caso, y seguía quieta.  El viento colgaba sílabas en las costuras de su vestido y jugaba a convertirlos en números. Entonces ella se mareaba, le entraba vértigo y se confundía.  La luna, disimuladamente, colocaba las palabras en el borde de sus pestañas, para que se le cerraran los ojos y durmiera. Pero ella se negaba, era aprendiz de insomne. Por eso tenía tanto tiempo libre por la noche. Unas veces, se sentaba en la silla de madera y con una rabieta dejaba que las horas la masturbaran. Apagaba los relojes y, sin mover ni un músculo, dejaba que recorrieran su cuerpo orgasmos de los mares que ya no navegaba. Otras veces fumaba, y eran orgasmos de humo los que la encontraban despierta.
Otras noches organizaba magníficas fiestas de disfraces. Acudían decenas de personas, todos ataviados con lujosos vestidos y locos por desinhibirse sin tener en cuenta las consecuencias. Ella garantizaba la mayor discreción y sonreía a todo el mundo. La ausencia era la invitada especial, y le ayudaba a disfrazarse: La vestía con un sombrero negro de ala corta, decorado por una cinta blanca que no sabía quién había robado de su vestido. Nada más. Por más que se esforzara, el sombrero, con su lujo y su lujuria, no lograba convertirla en nada. Tampoco lo necesitaba. Podía enloquecer si le daba la gana, y emborracharse sin miedo. Bebía vasos y vasos de colores imposibles. Invitaba a quien tuviera más cerca y le regalaba una gota de azul. Jugaban con ella como juegan los enamorados, y después se echaba a reír y de un trago desaparecía y volvía a aparecer. Le gustaba besar a desconocidos, y besaba como una calada de humo dulce. De las que embriagan, colocan, y te garantizan un ataque de tos amarga.
Las fiestas acababan pronto, porque los invitados eran gente seria y tenían que madrugar para ir al trabajo. No importaba, porque las organizaba con frecuencia. La última fue ayer, o la semana próxima. No estaba segura: confundía el pasado con el presente e inventaba el futuro de antemano. Aun así, siempre se sorprendía a sí misma y nunca seguía sus planes. ¿Para qué?
Por la mañana, cuando los demás se habían ido, ella recogía la habitación. En el suelo retozaban los disfraces, aún borrachos, y del techo colgaban aros de humo. Las enredaderas de la ventana pedían clemencia al sol, y se acurrucaban arrastrando con pesadez la resaca. Ella tendía los vestidos, los pañuelos y las pelucas, los besos postizos y las miradas de antifaz, y colocaba piedras en los bolsillos para que no se volaran.
Exponía a la mañana sus mentiras y al barrer escondía las verdades debajo de la alfombra. Después  se preparaba un café muy cargado, para endulzar el aire y olvidarse. Dejaba en el alféizar de la ventana un vaso de leche fría, para el gato. El pobre había perdido la lógica en su cuarta vida -cuando se hizo poeta- y desde entonces sólo improvisaba jazz sin instrumentos musicales. Le seguía gustando la leche.
Algunos días venía el gato poeta a acompañarle en el desayuno. Con él discutía sobre la belleza, los traumas de Platón y la temperatura perfecta de las tostadas. Al gato le gustaban las historias de pirómanos y el jazz, y era divertido jugar con él a la rayuela porque siempre acababa bailando rock and roll en vez de saltar los cuadrados.
Después del desayuno, se tumbaba en el colchón y hablaba sola. Dejaba que las horas volvieran a vestirla y desvestirla y se escondía entre las sábanas. Pintaba con tinta transparente un esqueleto en su piel y pasaba páginas y páginas buscando los dibujos.
Reía y lloraba, encallaba y navegaba, todo a la vez y sin perderse.
Ella nunca se perdía, sólo se desencontraba.


Blues, her name was Blues.
laura:nana

5 comentarios:

Rêveuse dijo...

:O uau
te has superado, me ha encantado... es precioso me has hehco estar allí y sentirme azul. se me ha puesto la piel de gallina.
me encantaría desencontrarme contigo algun día y bailar disfrazadas con un antifaz.

Anónimo dijo...

¿Y ella era feliz?
¿Pretendía serlo?

Lobo dijo...

It's like a Sandbox game

Laura dijo...

No, la verdad es que no era feliz. Tampoco se le ocurrió pretenderlo... Vivía en un mundo azul, háblale de sueños.

Anónimo dijo...

de elefantitos secuestrados

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