miércoles, 18 de agosto de 2010

Para que el cierzo no me revuelva la mente.

Viajar, volando o por tierra.

No importa cómo con tal de alejarme. Volviendo a respirar ese aire pero eso sí, sin humo; o al menos sin mi humo. El aire de un lugar lleno de mariposas de agua, de fuego, ... no importa de qué sean porque se sienten bien y, por decirlo de alguna manera, en armonía.

Donde la gente se quita sus disfraces, donde sólo visten sombreros locos de colores. A veces sombreros de copa, pero esos sólo los llevan los más precavidos, para evitar que las mariposas revoloteen tanto por su cabeza y no les inquieten con su canto. Pero sobretodo para que no se pierdan sus ideas. Otros visten sombreros de ala ancha, perfectos para volar; aunque quizás no los necesiten.

Quién sabe, igual a la vuelta me compre un sombrero y quizás le pinte algo para no olvidar nunca por qué lo compré.


(Porque puede que uno de nuestros problemas sea olvidar por qué hacemos las cosas).

Y solo tendré que recordar agarrar el sombrero con tanta fuerza que ni una gran ráfaga de viento pueda arrancármelo. Será, más o menos, como nuestras alas. Con ellas nadie nos puede impedir volar.


Mariposas.

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